jueves, 31 de diciembre de 2015
viernes, 25 de diciembre de 2015
Cuento de Navidad
Erase una ciudad grande, como las de ahora, y la policía les había precintado el piso, y ya no tenían para pagar una pensión. Exactamente igual que en los cuentos de Navidad que tienen como protagonistas a desgraciados como ellos. Hacía un frío del carajo, dijo él mientras buscaban un portal en condiciones. Había un abeto iluminado al final del bulevar, donde El Corte Inglés y sus luces se confundían con los semáforos, con el destello frío y trágico de una ambulancia que pasaba en la distancia, demasiado lejos para que pudiera oírse la sirena. Una ambulancia muda, con destellos de tragedia urbana. Las ambulancias y los coches de policía y los de pompas fúnebres, se dijo él viendo desaparecer el destello, son igual que pájaros de mal agüero. Vehículos con mala leche.
Lo mismo aquella noche la ambulancia iban a necesitarla ellos. Porque, como ustedes ya habrán adivinado, la mujer, la joven, estaba fuera de cuentas, o casi. Caminaba con dificultad, entreabierto el abrigo sobre la barriga, llevando en una mano la Adidas llena de ropa para el que venía en camino, y en la otra una maleta de esas que, a fuerza de haber ido a tantos sitios, ya no tenía aspecto de ir a ninguna parte.
-Me cago en todo -dijo él. Y ella sonrió, dulce, mirándole el perfil duro y desesperado, el mentón sin afeitar. Sonrió dulce porque lo quería y porque estaba allí, con ella, en vez de haber dicho adiós muy buenas y buscarse la vida en otra parte, con otra chica de las que no se equivocan al anotar con lápiz rojo días en el calendario.
De vez en cuando se cruzaban con transeúntes apresurados, de esos que siempre aprietan el paso en Navidad porque tienen prisa en llegar a casa. Una mujer de edad se apartó de él, mirando con desconfianza su aire sombrío, la mugrienta mochila que cargaba a la espalda, los bultos atados con cuerdas, uno en cada mano. Después un yonqui flaco y tembloroso les pidió cinco duros y, sin obtener respuesta, los siguió un trecho por la acera, caminando detrás, con aire alelado y sin rumbo fijo. Un coche de la policía pasó despacio, silencioso. Desde la ventanilla, los agentes les echaron un desapasionado vistazo a ellos y al yonqui antes de alejarse calle abajo.
-Me duele otra vez -dijo ella.
Como era previsible desde que empecé a contarles esta historia, buscaron un portal para descansar. Había uno con cartones en el suelo y un mendigo, hombre o mujer, que dormía envuelto en una manta, bulto oscuro en un rincón que apenas se movió con su llegada. Entonces a ella le dolió otra vez. Y otra. Y él miró a su alrededor con la angustia pintada en la cara, y sólo vio al yonqui flaco que los miraba de pie en la entrada del portal. Entonces buscó en el bolsillo y le arrojó su última moneda de veinte duros.
-Busca a alguien que nos ayude -le dijo-. Porque ésta quiere parir.
Entonces ella empezó a llorar y gritar y él tuvo que cogerle la mano y ahuecarle un nido entre las piernas con su propio chaquetón y volver a mirar en torno con resignación desesperada. Y sólo vio la entrada del portal vacía y un semáforo con la luz roja fundida, alternando ámbar y verde, ámbar y verde. Y al mendigo que se levantaba debajo de la manta donde había estado durmiendo con un perrillo, un chucho pequeño y mestizo entre los brazos, y se acercaba a mirarlos con curiosidad, mientras el perro lamía con suaves lengüetazos una de las manos de la chica. Y él, sosteniendo la otra entre las suyas, blasfemó despacio y a conciencia, en voz baja, hasta que sintió sobre los labios la mano libre, los dedos de ella.
-No digas esas cosas -le susurró, crispada la voz por el dolor-. O nos castigará Dios.
Él soltó una carcajada seca y amarga. Entonces llegó el yonqui con un policía, uno de los que antes habían pasado en el coche. Y ella sintió, de pronto, una presencia nueva, cálida, un llanto pequeño y débil entre las piernas. Y exhausta, en un instante de lucidez y paz, se dijo que quizá a partir de ese momento el mundo sería mejor, distinto. Como en los cuentos de Navidad que leía cuando niña.
Él sacó un arrugado paquete de cigarrillos y fumaron los cuatro hombres, mirándola, mientras a lo lejos se escuchaba la sirena de una ambulancia aproximándose. Entonces ella se durmió dulcemente, agotada y feliz, sintiendo latir entre los muslos ensangrentados aquella nueva vida aún húmeda y tibia. Y alrededor, protegiéndolos del frío, les daban calor el perrillo, el mendigo, el yonqui y el policía.
12 de diciembre de 1993
Arturo Pérez-Reverte
Lo mismo aquella noche la ambulancia iban a necesitarla ellos. Porque, como ustedes ya habrán adivinado, la mujer, la joven, estaba fuera de cuentas, o casi. Caminaba con dificultad, entreabierto el abrigo sobre la barriga, llevando en una mano la Adidas llena de ropa para el que venía en camino, y en la otra una maleta de esas que, a fuerza de haber ido a tantos sitios, ya no tenía aspecto de ir a ninguna parte.
-Me cago en todo -dijo él. Y ella sonrió, dulce, mirándole el perfil duro y desesperado, el mentón sin afeitar. Sonrió dulce porque lo quería y porque estaba allí, con ella, en vez de haber dicho adiós muy buenas y buscarse la vida en otra parte, con otra chica de las que no se equivocan al anotar con lápiz rojo días en el calendario.
De vez en cuando se cruzaban con transeúntes apresurados, de esos que siempre aprietan el paso en Navidad porque tienen prisa en llegar a casa. Una mujer de edad se apartó de él, mirando con desconfianza su aire sombrío, la mugrienta mochila que cargaba a la espalda, los bultos atados con cuerdas, uno en cada mano. Después un yonqui flaco y tembloroso les pidió cinco duros y, sin obtener respuesta, los siguió un trecho por la acera, caminando detrás, con aire alelado y sin rumbo fijo. Un coche de la policía pasó despacio, silencioso. Desde la ventanilla, los agentes les echaron un desapasionado vistazo a ellos y al yonqui antes de alejarse calle abajo.
-Me duele otra vez -dijo ella.
Como era previsible desde que empecé a contarles esta historia, buscaron un portal para descansar. Había uno con cartones en el suelo y un mendigo, hombre o mujer, que dormía envuelto en una manta, bulto oscuro en un rincón que apenas se movió con su llegada. Entonces a ella le dolió otra vez. Y otra. Y él miró a su alrededor con la angustia pintada en la cara, y sólo vio al yonqui flaco que los miraba de pie en la entrada del portal. Entonces buscó en el bolsillo y le arrojó su última moneda de veinte duros.
-Busca a alguien que nos ayude -le dijo-. Porque ésta quiere parir.
Entonces ella empezó a llorar y gritar y él tuvo que cogerle la mano y ahuecarle un nido entre las piernas con su propio chaquetón y volver a mirar en torno con resignación desesperada. Y sólo vio la entrada del portal vacía y un semáforo con la luz roja fundida, alternando ámbar y verde, ámbar y verde. Y al mendigo que se levantaba debajo de la manta donde había estado durmiendo con un perrillo, un chucho pequeño y mestizo entre los brazos, y se acercaba a mirarlos con curiosidad, mientras el perro lamía con suaves lengüetazos una de las manos de la chica. Y él, sosteniendo la otra entre las suyas, blasfemó despacio y a conciencia, en voz baja, hasta que sintió sobre los labios la mano libre, los dedos de ella.
-No digas esas cosas -le susurró, crispada la voz por el dolor-. O nos castigará Dios.
Él soltó una carcajada seca y amarga. Entonces llegó el yonqui con un policía, uno de los que antes habían pasado en el coche. Y ella sintió, de pronto, una presencia nueva, cálida, un llanto pequeño y débil entre las piernas. Y exhausta, en un instante de lucidez y paz, se dijo que quizá a partir de ese momento el mundo sería mejor, distinto. Como en los cuentos de Navidad que leía cuando niña.
Él sacó un arrugado paquete de cigarrillos y fumaron los cuatro hombres, mirándola, mientras a lo lejos se escuchaba la sirena de una ambulancia aproximándose. Entonces ella se durmió dulcemente, agotada y feliz, sintiendo latir entre los muslos ensangrentados aquella nueva vida aún húmeda y tibia. Y alrededor, protegiéndolos del frío, les daban calor el perrillo, el mendigo, el yonqui y el policía.
12 de diciembre de 1993
Arturo Pérez-Reverte
sábado, 19 de diciembre de 2015
La fábula del águila, renovarse o morir.
Os dejo mi fábula favorita, muchos la conoceréis, otros quizás no, pero creo que merece la pena compartirla.
El águila, es el ave que posee la mayor longevidad de su especie. Llega a vivir 70 años. Pero para llegar a esa edad, a los 40 años de vida tiene que tomar una seria decisión. A los 40 años, sus uñas curvas y flexibles, no consiguen agarrar a las presas de las que se alimenta. Su pico alargado y puntiagudo, también se curva apuntando contra el pecho. Sus alas, están envejecidas y pesadas y sus plumas gruesas. ¡Volar es ahora muy difícil! Entonces el águila, tiene sólo dos alternativas: morir o… enfrentar un doloroso proceso de renovación que durará 150 días.
Ese proceso consiste en volar hacia lo alto de una montaña y refugiarse en un nido, próximo a una pared donde no necesite volar. Entonces, apenas encuentra ese lugar, el águila comienza a golpear con su pico la pared, hasta conseguir arrancárselo. Apenas lo arranca, debe esperar a que nazca el nuevo pico con el cual después, va a arrancar sus viejas uñas. Cuando las nuevas uñas comienzan a nacer, prosigue arrancando sus viejas plumas. Y después de cinco meses, sale victoriosa para su famoso vuelo de renovación, y entonces dispone… de 30 años más.
Reflexión:
Todos en algún instante de nuestra vida nos hayamos en la situación del águila. Momentos difíciles nos sacuden y nuestra actitud es determinante para sobreponernos y seguir adelante. Como el águila puedes decidir entre abandonarte a las circunstancias de la vida, navegando a la deriva hasta chocar con las rocas, o bien, pagar el precio de afrontar momentos de incertidumbre y cambio, para reinventarse y ser más de lo que jamás imaginaste ser.
El águila, es el ave que posee la mayor longevidad de su especie. Llega a vivir 70 años. Pero para llegar a esa edad, a los 40 años de vida tiene que tomar una seria decisión. A los 40 años, sus uñas curvas y flexibles, no consiguen agarrar a las presas de las que se alimenta. Su pico alargado y puntiagudo, también se curva apuntando contra el pecho. Sus alas, están envejecidas y pesadas y sus plumas gruesas. ¡Volar es ahora muy difícil! Entonces el águila, tiene sólo dos alternativas: morir o… enfrentar un doloroso proceso de renovación que durará 150 días.
Ese proceso consiste en volar hacia lo alto de una montaña y refugiarse en un nido, próximo a una pared donde no necesite volar. Entonces, apenas encuentra ese lugar, el águila comienza a golpear con su pico la pared, hasta conseguir arrancárselo. Apenas lo arranca, debe esperar a que nazca el nuevo pico con el cual después, va a arrancar sus viejas uñas. Cuando las nuevas uñas comienzan a nacer, prosigue arrancando sus viejas plumas. Y después de cinco meses, sale victoriosa para su famoso vuelo de renovación, y entonces dispone… de 30 años más.
Reflexión:
Todos en algún instante de nuestra vida nos hayamos en la situación del águila. Momentos difíciles nos sacuden y nuestra actitud es determinante para sobreponernos y seguir adelante. Como el águila puedes decidir entre abandonarte a las circunstancias de la vida, navegando a la deriva hasta chocar con las rocas, o bien, pagar el precio de afrontar momentos de incertidumbre y cambio, para reinventarse y ser más de lo que jamás imaginaste ser.
sábado, 5 de diciembre de 2015
martes, 1 de diciembre de 2015
La princesa y el enano. Oscar Wilde
Había una vez una princesa que vivía en un palacio muy grande. El día que cumplía trece años le hicieron una fiesta muy grande con trapecistas, magos, payasos…Pero la princesa se aburría. Entonces apareció un enano muy feo que daba rincos y hacia piruetas en el aire.
– Sigue saltando, por favor.- Pidió la princesa.
Pero el enano ya no podía más. La princesa se pusó triste y se fue a sus aposentos. Al rato el enano se fue a buscarle, convencido de que ella se iría con el a vivi al bosque.
– Ella no es feliz aquí, – pensaba el enano- yo la cuidaré y la haré reír siempre.
El enano recorrió el palacio en busca de la princesa, pero al llegar a uno de los salones vi algo horrible. Ante el había un monstruo con los ojos torcidos y sanguinolentos y las manos peludas. El enano quisó morirse cuando se dió cuenta de que era el reflejado en el espejo. En ese momento entro la princesa.
– Ahh, estás ahí, ¡qué bien! Baila otra vez para mi. – Dijó la princesa
Pero el enano estaba tirado en el suelo y no se movía. El médico de la corte se acerco a él y le tomó el pulso y dijó:
– Me temo que ya no bailará más para vos, princesa.
– ¿ Por qué? – Preguntó la princesa
– Porque se le ha roto el corazón.
Entonces la princesa contestó:
– De ahora en adelante que todos los que venga a palacio no tengan corazón.
Escena de la película Tesis.
jueves, 26 de noviembre de 2015
El crimen de la Perla...
Josefa Gomez regentaba con su marido Tomas La Perla, un hostal que se encontraba en el centro de Murcia, durante algún tiempo se hospedo Vicente, un hombre de 32 años años casado y apuesto que mantuvo una relación con Josefa a espaldas de sus respectivas parejas, ambos planearon librarse de Tomas ya que tenía problemas con el alcohol, y le pusieron veneno en su café, tal y como planearon se lo tomó, y este murió poco después camino al teatro Romea, La sirvienta de trece años, tomo a escondidas también un sorbo del café envenenado y cayó muerta en la cocina del hostal.
La policía en seguida culpo a los dos amantes y en el juicio condenaron a Josefa a pena de muerte y a Vicente a cadena perpetua, muchos murcianos se movilizaron por toda España para intentar el indulto de la parricida y evitar que sus dos hijos quedarán también huérfanos de madre, no lo consiguieron y se hizo cumplir la ley.
El día de la ejecución a las seis de la mañana ya había más de doce mil personas rodeando el cadalso, al verdugo un valenciano que era excarpintero desde su llegada a Murcia le llueven piedras de gran parte de los asistentes, pero ya no hay marcha atrás, Josefa es ajusticiada con garrote vil a las 8 y 25 minutos de la mañana ante más treinta mil personas un 29 de Octubre de 1893. En señal de luto, ese día en Murcia cerraron todos los comercios, y esa fue la última vez que hubo una ejecución pública en España.
Las dos fotografías del momento.. Son reales.
martes, 10 de noviembre de 2015
Un poco de música, Regálame la silla donde te esperé.
Porque hay días que uno se siente así, o épocas en las que busca ese sitio para la risa, porque todos buscamos y necesitamos encontrar ese puente que nos de la esperanza, hoy un poquito de música.
viernes, 6 de noviembre de 2015
Platón y sus inventos...
Llevo toda mi vida maldiciendo al que invento el despertador, y ahora me entero que fue Platón al que se le ocurrió la genial idea de inventarlo para que sus alumnos no llegaran tarde a clase.
Menos mal que llega el fin de semana y me pienso levantar a la hora que me salgan de los platones.
lunes, 2 de noviembre de 2015
Un millón de alfileres...
Un millón de alfileres están clavados en mi corazón, es el juego al que le gusta jugar al diablo ir matándote a poco a poco, ver como se va desprendiendo tu energía, verte los ojos tristes a los que ya no le quedan mas lagrimas mientras te abandonas a la suerte, así se divierte, así disfruta... Todo es cuestión de tiempo, unos aguantan más otros menos, pero se sienta en su mecedora mientras mueve el rabo y sonríe con esa sonrisa maliciosa de dibujo animado... Así espera a tu muerte, no sin antes convencer a la otra parte de ti a que haga un ultimo engaño, porque el dolor no es del todo verdadero si no hay una traición, así es mucho mas viral, mucho más desquiciante, mucho más verdadero.
Así acaba con tu vida, con los recuerdos que uno va guardando dentro de sí como un tesoro por descubrir.
Así otro millón de alfileres se clavan dentro de mi en esta noche de amargura...
sábado, 31 de octubre de 2015
De donde viene Halloween... Su origen...
Que cabezona es la gente (va por algunos compis de trabajo), erre que erre con que Halloween es una fiesta americana, pues no!!! es una fiesta celta irlandesa que se celebraba el 31 de Octubre con una vela dentro de un nabo para celebrar el final de las cosechas, debido a la hambruna de la patata hubo una emigración masiva hacia EEUU que adoptaron esta tradición, pero como en América del Norte no eran muy frecuentes los nabos se sustituyeron por calabazas, las películas de Hollywood se encargaron de hacer el resto…
Ale ya sabéis de donde viene Halloween… aunque para la mayoría seguirá siendo una fiesta yankee.
jueves, 29 de octubre de 2015
Un poco de Historia… memorias de una guerra… Martín Martinez Pascual.
Martín Martínez Pascual fue un sacerdote nacido en Teruel en 1910, era prefecto en un colegio de Murcia cuando estalló la guerra civil española, tras la persecución al clero se escondió en casas de amigos y en cuevas, pero al enterarse que a su padre lo habían detenido se presento para mediar ante el comité en agosto de 1936, lo arrestaron junto a otros sacerdotes y los subieron a un camión para fusilarlos fuera de la vista de todos.
El fue el único que pidió ser fusilado de frente, y poco antes de morir dijo… «Yo no quiero sino daros mi bendición para que Dios no os tome en cuenta la locura que vais a cometer»
La fotografía es de instantes de su fusilamiento. Fue beatificado en 1995.
sábado, 24 de octubre de 2015
Un poco de Historia: USS INDIANAPOLIS
La escena de la película tiburón que más miedo me daba cuando era un mocoso era casualmente en la que no salía el escualo, si no aquella en la que relata la historia del USS Indianapolis, barco que transporto en secreto la bomba atómica el 29 de Julio de1945.
Una vez entregada la bomba un submarino japonés hundió el barco y más de mil cien hombres cayeron al agua, cinco días después fueron rescatados poco más de trescientos… el resto habían muerto devorados por los tiburones...
Una vez entregada la bomba un submarino japonés hundió el barco y más de mil cien hombres cayeron al agua, cinco días después fueron rescatados poco más de trescientos… el resto habían muerto devorados por los tiburones...
Historia completa aquí: https://es.wikipedia.org/wiki/USS_Indianapolis_(CA-35)
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