domingo, 17 de abril de 2016

Curso de natación



Relato de Óscar Esquivias (Burgos, 1972) publicado en el libro de cuentos Andarás solo por el mundo, editado por Ediciones del Viento.
Aprendí a nadar el verano que mis padres se separaron. Aquel año no fuimos de vacaciones a San Vincenzo (donde vivían mis cuatro abuelos) y permanecimos en Florencia. Mamá nos apuntó a mi hermana Stefania y a mí a un curso de natación en la piscina Le Pavoniere, que está en una suntuosa villa del Parco delle Cascine, escondida entre enormes árboles, en el lugar más umbroso y frío de la ciudad. Nuestro monitor se llamaba Davide y trabajaba de socorrista. Mi hermana decidió ya el primer día que era el hombre más guapo del mundo y que debíamos casarle con mamá.
Stefania tenía catorce años. Yo, doce. 
Las clases de natación empezaban a las nueve de la mañana, cuando la piscina todavía no estaba abierta al público. Antes de zambullirnos en el agua, hacíamos unas tablas de gimnasia en el césped. Los niños formábamos un corro y Davide se colocaba en el centro para explicarnos los ejercicios. El monitor iba en traje de baño, llevaba el torso cubierto por una camiseta del restaurante La Magnificenza y nunca se quitaba las gafas de sol, aunque el día estuviera nublado. Tenía unas piernas morenas, densamente cubiertas de vello. También el ombligo, que descubría cuando levantaba los brazos y la camiseta se elevaba como un telón.
–Es perfecto para mamá –aseguraba Stefania.
Después nos metíamos en el agua y cuando avanzaba pataleando entre las corcheras agarrado a la tabla, sólo alcanzaba a ver las piernas de Davide. Siempre estaban allí, al borde de la piscina, como dos columnas. El monitor palmeaba para animarnos, nos gritaba órdenes, corregía nuestras posturas, nos reñía si nos deteníamos y nos agarrábamos al brocal. Yo trataba de imaginar cómo sonarían con su voz las frases «Levantaos, hay que ir al colegio», «Comed todo lo que hay en el plato» o «Un beso y a la cama».
No sé por qué (quizá me convenció de esto Stefania), pensaba que si hacía bien los ejercicios todas esas fantasías se cumplirían: Davide se enamoraría de mamá, luego se casarían y viviríamos todos juntos en casa. Así que me esmeraba en batir las piernas con ritmo, en aguantar la respiración y soportar el cansancio.
Nunca me he esforzado tanto, jamás he puesto mayor empeño en ninguna otra cosa.
Cuando acababa la clase, salía del agua temblando, con la piel azul del frío, feliz y desazonado.
A mediados de agosto, papá volvió a casa.
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