martes, 28 de junio de 2016

Mi Abuelo

Leí una vez y no me acuerdo donde que los "los adolescentes lo recuerdan casi todo y luego con la edad lo van olvidando", en mi caso creo que se cumple esa regla. Siempre tuve buena memoria, me acordaba de lo que había hecho un veinte de Mayo de mil novecientos noventa y ocho o un uno de Diciembre del mismo año, me acordaba y tenia en mente fechas, nombres, situaciones, recuerdos que eran imposibles de borrar, todo lo que había sido importante en mi vida, se quedaba ahí, en mi mente para siempre. Pero con los años, las nuevas situaciones, los nuevos momentos buenos y malos han ido sustituyendo todo aquello que era imborrable, incluso hasta el recuerdo de un abuelo.

Hace unos días mi mujer me pidió que le dijese cosas que recordaba de mi abuelo, situaciones, momentos, su personalidad, al fin y al cabo nuestro hijo lleva su nombre en su honor porque yo siempre lo he tenido muy presente en mi vida, y apenas pude recordar casi nada, como si de repente se me hubiese borrado de la memoria su voz, su cara y todos los buenos momentos que pase junto él (nunca tuve ni uno malo, eso si lo recuerdo).
Me entristeció el día no poder recordar lo que antes si hacía, me causo un bajón anímico el hecho de haber guardado en algún cajón de mi mente algo que durante años he tenido muy presente. Con los días he seguido intentando recordar más de las cuatro cosas de las que "aún" me acuerdo, pero el esfuerzo "de momento" ha sido inútil, sólo espero que con el paso de los años sepa contarle a mi hijo como era su bisabuelo si algún día me pregunta por él ó por qué se llama Ángel. 

viernes, 24 de junio de 2016

La elección de la soledad

Como dijo François Mauriac: “La felicidad se ensaña con algunos seres como si se tratase de la desgracia, y ciertamente lo es”. Y es esa felicidad de juguete, en la que resulta inmoral no rebosar de alegría ante los demás, donde la soledad angustia y envenena la vida. En soledad resulta vano mostrar el supremo bien al que algunos aspiran: la sonrisa carnívora de los vencedores. Porque en soledad no somos nadie. Nuestra felicidad está asociada indisolublemente a los demás. Nos creemos los seres más afortunados del mundo y cuando nos enteramos de que otro pasa sus vacaciones en un lugar más exótico, que tiene una vida amorosa más excitante o mejores perspectivas profesionales, concluimos con que somos unos pobres desgraciados. En este contexto, la comunión con la naturaleza, el silencio, la meditación, la lentitud recobrada, el placer de vivir a contratiempo, la ociosidad estudiosa o el disfrute de la lectura, todos placeres íntimos, no endomingados, vividos al margen de la obligada euforia colectiva, se consideran de serie B. Racine decía que una felicidad tan poco espectacular no le procuraba ningún placer. Si no provocaba celos no era felicidad.



 (Zendalibros)