viernes, 24 de junio de 2016

La elección de la soledad

Como dijo François Mauriac: “La felicidad se ensaña con algunos seres como si se tratase de la desgracia, y ciertamente lo es”. Y es esa felicidad de juguete, en la que resulta inmoral no rebosar de alegría ante los demás, donde la soledad angustia y envenena la vida. En soledad resulta vano mostrar el supremo bien al que algunos aspiran: la sonrisa carnívora de los vencedores. Porque en soledad no somos nadie. Nuestra felicidad está asociada indisolublemente a los demás. Nos creemos los seres más afortunados del mundo y cuando nos enteramos de que otro pasa sus vacaciones en un lugar más exótico, que tiene una vida amorosa más excitante o mejores perspectivas profesionales, concluimos con que somos unos pobres desgraciados. En este contexto, la comunión con la naturaleza, el silencio, la meditación, la lentitud recobrada, el placer de vivir a contratiempo, la ociosidad estudiosa o el disfrute de la lectura, todos placeres íntimos, no endomingados, vividos al margen de la obligada euforia colectiva, se consideran de serie B. Racine decía que una felicidad tan poco espectacular no le procuraba ningún placer. Si no provocaba celos no era felicidad.



 (Zendalibros)


  

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